“Estamos en la época de lo simultáneo, estamos en la época de la yuxtaposición, en la época de lo próximo y lo lejano, de lo uno al otro lado de otro, de lo disperso”
Michael Foucault
La modernidad estaba encantada con el automóvil, era la velocidad encarnada -una carne hecha de fierros y hule.
Era muy fácil comprender el progreso prometido con un vehículo avanzando siempre hacia el frente por una carretera que prometía intercambiar con el tiempo sus árboles por construcciones de fierro y concreto. Pero había un pequeño problema con toda esa velocidad concentrada: ya que se comen tantos kilómetros por hora en el asfalto, ¿cómo le hacemos para que los conductores sepan qué productos vendemos?
Aquí entra la curiosa, irrisoria, francamente de mal gusto, pero tierna arquitectura mimética. La solución fue simple: si vendemos donas, construimos nuestro local como una dona gigante; si vendemos hamburguesas, etcétera.
Me gusta imaginar a esos conductores viajando con sus familias por carreteras que ahora entendemos vacías, pero que en realidad están llenas de vida orgánica. Me gusta imaginarlos salivando por una dona hecha de fierros, madera y pintura, saboreando el placer de remojarla en café, tomar un descanso y estirar las piernas.
Quizá una lectura antropológica futura sobre nuestra extinción mencione en una nota al pie a la arquitectura mimética como uno de los agentes que impulsaron el cambio del ser humano a favorecer lo artificial, pues si fuimos capaces de salivar por estructuras de fierro y concreto, el resto era cosa de nada.